jueves, 13 de marzo de 2008

Confesionario

Hoy se ha ido la musa de la inspiración; mi alma está rodeada de nubes negras, borrascosas, cargadas de electricidad: acaso el odio terminará por estallar en un gran rayo que destruya las esperanzas de mis demonios personales, de mi locura casi eterna; mi mente, enfermiza y débil, alimentada por coca y fustigada por generosas cantidades de Marlboro y cafeína, se encuentra en un estado de estupefacción tal que me impide redactar, pensar, o siquiera descansar. Otros amigos se han ido antes: mañana, quizás también mi propio cuervo me abandonará, como me abandonaron mis esperanzas. Y ni siquiera sabes decir nunca más, oh amigo negro y agorero.

Me siento cansado, abatido y pesaroso: la gran tragedia, la que no puedo afrontar sin que una lágrima aparezca en mis ojos y sin sentir un mariposeo en el estómago, señal inevitable de la gran tensión nerviosa que me anima, me deprime y quizás hasta me mantenga vivo. Y tendré que vivir solo una vez más, en un negro ataúd o en un caluroso infierno. Desolado y a la vez poblado de humanos que me representan mi propia tragedia, o me arrojan su felicidad a la cara cual si de un guante negro se tratara; y no tengo fuerzas para tomar el guante, y aunque lo lograra... ¿quien sería mi padrino para este lance ultimo y feroz...?

vivo por un acto de suprema voluntad o de cobardía: da igual. Deshacerme de mis problemas es sencillo: basta el olvido, la vulgaridad y la pequeñez... ¡ah, tragedia horrorosa: los malos ratos con frecuencia nos hacen presentar malos gustos; el deseo de regresar a la estabilidad hacen que nos equivoquemos en nuestros juicios e idealicemos hasta al más insignificante asno! Lo sé: el error es mío, por esperar de la gente algo que nunca podrá tener: humanidad.

En estos momentos, daría cualquier cosa por volver a sentirme contento; sacrificaría mi propia dignidad. Ya empieza a llover, el relámpago brilla tímidamente en mi firmamento; el rayo se acerca: alea jacta est... ¡empieza la guerra!

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