domingo, 28 de octubre de 2012

El programa

El día que se graduó como cineasta Mauricio se sintió en la gloria. Desde pequeño había soñado con la admiración, los flashes y las pasarelas. A veces, sus pesadillas infantiles lo presentaban en Cannes y no en Hollywood; entonces se despertaba intranquilo y corría a los brazos de mamá para que ella le pusiera calzoncillos y sábanas limpias y secas de nuevo. Pero ahora ese papel que sostenía en sus manos le garantizaba todo: Hollywood, los flashes y las pasarelas. Con todo, su madurez había modificado su antigua ensoñación pueril: en lugar de la admiración, ahora soñaba con una actriz. Tan pronto como tuvo su documento a la mano, Mauricio se armó de valor, unas tortas y cien pesos, tomó su camión hacia California y se fue a hacer antesala en las oficinas centrales de una compañía de cine muy prestigiosa. Las tortas le duraron los tres días de camino desde su pueblo hasta la frontera y los cien pesos le duraron quince minutos porque los invirtió sabiamente en hacerse leer la mano por una gitana, para conocer su destino. Esta le dijo que iba a costarle sudor, pero que lograría ser un destacado productor de videos para Youtube. Conocido el futuro, ya no se lanzaba a lo incierto, y se sintió más tranquilo con la sensación de haberse quitado cien pesos de encima. Durmió la mitad de la jornada, se despertó en la frontera para mostrar su pasaporte y su visa, teniendo cuidado de poner la misma sonrisa mitad estúpida y mitad desprevenida con la que siempre salía en las fotos importantes: gajes de lo imprevisible del flash. Ya en california, consiguió alojamiento con un ex compañero de la primaria que había emigrado de indocumentado quince años atrás, y que una vez conquistada la ciudadanía en las hazañas de Irak, ahora se teñía de rubio el cabello y la barba, tal vez para mostrarse muy mexicano y en consonancia con la leyenda de Quetzalcóatl, el dios-serpiente-hombre rubio y barbado. Consiguió también que su madre le enviara el dinero producto de la venta de unos cerditos que estornudaban como si el catarrito de cierto ex ministro de hacienda les hubiera devenido en pulmonía, razón por lo cual les llamaban la crisis. Resuelto el problema de donde vivir, que ponerse y con que había de alimentarse, hizo caso al precepto bíblico, no se inquietó más a causa de su situación y se dedicó a soñar en lo que sería su discurso al recibir su primer oscar. Al día siguiente se levantó muy temprano, apenas cantó el gallo que había logrado introducir de contrabando –pues no se acostumbraba aún a los despertadores electrónicos – y se presentó en las puerta s de la compañía elegida por él. Estaba seguro, porque se lo había dicho la gitana, que si lograba traspasar el umbral de la puerta de cierto personaje, la fama lograría acompañarlo para toda la vida; pero si no era capaz de hacerlo, sus trabajos no lograrían trascender de Youtube, aunque le auguró un millón de visitas. Cuando Mauricio logró por fin una cita de trabajo después de interminables y agotadoras sesiones de espera paciente en la antesala del productor, la fortuna le sonrió tan prometedoramente como sólo un cineasta bisoño podía desear: le autorizaron, a modo de prueba, una pequeñísima película de bajo presupuesto. Él debía proporcionar el guión, los actores y las locaciones; la compañía, a su vez, se comprometía a filmar y realizar la distribución de la obra. No habían pasado aún veinte días cuando Mauricio anunció pomposamente que ya tenía todo listo para la filmación, cosa que admiró a los productores. Para mayor satisfacción, Mauricio había hecho gala de grandes dotes administrativas, había reducido el vestuario al mínimo posible –prescindió de ello – y sólo requería de tres actores y su deseada actriz. Durante el tiempo que duró la filmación, que fue cosa de unos días, él aprovechó cada oportunidad que se le presentaba para hacer declaraciones que aumentaban la expectativa de la nueva película entre sus fanáticos seguidores: su madre, que desde hacía años había renunciado a cambiarle las sábanas a media noche y ahora sólo se comunicaba con él en navidad o el día de su onomástico; y su padre, que desde el más allá le transmitía mensajes a través de una médium que vivía en el mismo edificio del cineasta: mujer que por otra parte era alguien absolutamente normal y de la cual algunos vecinos opinaban que era capaz de venderle calefactores a los habitantes del Sahara. Pasados ocho días, la obra estuvo lista para lanzarse a la pantalla grande. Se imprimieron folletines y propaganda que mostraban el rostro sonriente del cineasta –quien, para economizar, era parte del grupo de actores – junto a una escultural Eva. El día del estreno de “El edén infernal”, las salas estaban, para usar un eufemismo, semivacías; al día siguiente se agotaron las localidades, y por dos días más – que fue todo lo que duró la película de marras en exhibición – acaparó la atención de todo mundo. Las protestas por la película empezaron en los más prestigiosos círculos de la moda, pues temían grandes pérdidas si el vestuario se convertía en una moda. Las grandes firmas convencieron a los grupos tradicionalistas alegando que el trajecito en cuestión atentaba contra el pudor y las buenas costumbres; los sacerdotes desde el púlpito anatemizaban al cineasta y a su malograda obra demoniaca. El Estado dijo que tal acción era contraria al sentir de la nación y que producía daños en el orden público. Los grupos ambientalistas protestaron por la explotación laboral que había sufrido la serpiente, quien hacía declaraciones a la prensa y asistía con el psicólogo. A cambio de una buena suma económica, los programas de chismes de farándula accedieron a rasgarse las vestiduras y a desprestigiar al ya famoso cineasta. Por su parte, los padres de familia anunciaron la “Marcha por la Decencia”, a la que se sumaron los comerciantes de ropa: era cosa de risa ver a los ejecutivos de Liverpool gritando consignas al lado del humilde vendedor pirata. Tras algunas amenazas de muerte, tres órdenes de aprehensión y un pequeño arreglo monetario, el cineasta renunció a seguir haciendo películas. Lo cierto es que desde que se retiró la película de todas las salas de cine, se orquestó tal campaña de desprestigio en contra del malhadado cineasta, que ni siquiera el señor de la renta quería tener tratos con él, razón por la que ahora hacía sus pagos con cargo a su recibo Telmex; este a su vez lo pagaba con cargo a su tarjeta y la tarjeta la pagaba en la sucursal electrónica. Hasta el cajero electrónico a veces, en señal de protesta, le retenía algún billete. Transcurridos algunos días, nuestro cineasta recobró el ánimo y decidió que no se amilanaría por la incomprensión de su obra. Invirtió el poco dinero que había ganado en la post-edición de su película y en el lanzamiento de una nueva empresa de ropa. Tuvo el cuidado de asociarse con una de las firmas prestigiosas del mundo de la confección. Así, provisto de tijeras, aguja e hilo, el cineasta venido a diseñador anunció muy orondo el lanzamiento de un modelo que iba acorde con los valores, las tradiciones y las actitudes que toda sociedad globalizada y libre debía poseer. El furor que ocasionó el lanzamiento de la hoja de parra entre los adolescentes fue la nota principal en todos los diarios nacionales y extranjeros. Las tiendas departamentales estaban abarrotadas de clientes y las cajeras no tenían tiempo ni de mascar un chicle. Transcurridos tres días se agotaron las existencias de las tiendas, y las hojas de parra oscilaban entre los 750 pesos – de tela sintética – 750 dólares – de telas naturales – y 750 euros –hoja de parra natural – La hoja de parra pirata, costaba 75 pesos o dos por cien, y era un pedazo de hoja de plátano recortado en forma de hoja de parra. Algunas asociaciones feministas reclamaron el sesgo sexista de la moda, puesto que ellas debían pagar mucho más por estar a la moda; ello motivo que en su siguiente diseño, se incluyeran cuatro hojas de parra en sus modelos femeninos, y una para el modelo masculino. Meses después la moda se había extinguido para resurgir posteriormente – semanas después – como un retro. Las firmas que distribuían las hojas de parra se congratulaban de las ganancias obtenidas. Las televisoras hablaban maravillas de la hoja de parra que les hacía ganar buenos dividendos por gastos publicitarios. Los sacerdotes, temerosos de provocar una desbandada entre sus fieles, se pronunciaron a favor de la hoja, asumiendo que era de procedencia bíblica y que rescataba las tradiciones religiosas como nunca antes una moda lo había hecho. Los ecologistas hacían hincapié en la sustentabilidad del proceso, y los agricultores llenaban hectáreas y más hectáreas con parras. La opinión pública se hacía eco de las apologías que surgían en las revistas y los programas de chismes. Y los mozalbetes andaban con sus hojas de parra debidamente personalizadas: con calaveritas rosas para los Emos, negras para los góticos. Hasta salió una hoja de parra con el escudo de la Selección Nacional. Solamente los estripers y las teiboleras hicieron su protesta en la calle, al considerar que esa moda los iba a dejar desempleados. Nadie les hizo caso, y la moda terminó abruptamente cuando el invierno llegó, puesto que aún no habían diseñado la hoja de parra Otoño- Invierno. Se volvieron a poner de moda las antiquísimas playeras y los jeans. Con el dinero recaudado, nuestro cineasta se compró un país subdesarrollado al norte de África, expulsó de su propiedad a los habitantes y para garantizar la seguridad autorizó una base militar estadounidense en su propiedad. Le costó una buena parte de su fortuna conseguir que la actriz que protagonizó su película accediera a andar siempre pasada de moda y la sociedad siguió funcionando tan tranquila y moralista como siempre. _________________________ (pie de página) http://www.facebook.com/PorqueLosNinosDeLaCalleTambienSonHumanos

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